Matar no es moralizar, además de que no concibo con qué derecho pueda una sociedad cualquiera castigar los desórdenes de que ella misma por su indiferencia es causante. Manuel Ancizar.
No siempre han de gastarse y perderse las fuerzas vitales y creadoras del país en luchas atroces, odios, escepticismo y desalientos que lo aniquilan y afrentan; ni siempre la barbarie, alardeando de autoridad y cultura, han de ser estorbo, saña, celo parroquial. Jorge Isaacs
Por eso, el que en determinados momentos se vanaglorie o vituperen los aportes de uno u otro intelectual es también una expresión social. Esto en el caso Colombiano debe ser entendido de manera clara y profunda. La historia íntima del territorio y de la sociedad nacional está atravesada por conflictos que no se han manifestado únicamente en la incontable lista de asesinatos. En muchos casos, se ha realizado un proceso más “sutil”, esto es, se han eliminado las ideas y pensadores “inconvenientes” por medio del Olvido. Condenados a la trastienda nacional, aquellos se han convertido en curiosidades o en tema de especialistas
Lo cierto, es que cuando se revisa con algún cuidado la historia de la Ciencia en Colombia, lo primero que salta a la vista es la dificultad que ha implicado la comprensión de la modernidad. Rubén Jaramillo Vélez ha considerado que se dio un aplazamiento de la experiencia de la Modernidad, lo que implicó que la razón con todas sus implicaciones no llegó a ser parte constitutiva de la sociedad. Esto ya lo advertía desde los albores del proceso de independencia Juan García del Río, quien al referirse al sistema educativo colonial afirmaba que: “Eran empero semejantes establecimientos (colegios y universidades) un monumento de imbecilidad: en ellos se nos ponían en la mano libros pésimos, llenos en su mayor parte de errores y patrañas; en todos se vendían palabras por conocimientos y falsas doctrinas por dogmas. Los colegios no eran en rigor otra cosa que seminarios eclesiásticos, donde los jóvenes educandos perdían su tiempo para todo lo útil, y estaban sujetos a demasiadas prácticas religiosas”[1], y más adelante, “Un velo impenetrable nos encubría los idiomas extranjeros, la química, la historia de la naturaleza y la de las asociaciones civiles: una sombra oscura nos separaba del conocimiento de nuestro propio país, de nuestro planeta y de la mecánica general del universo; no teníamos la menor idea de las relaciones que ligan al hombre en sociedad y a las sociedades entre sí. En suma, no se enseñaba nada de cuanto el hombre necesita saber; pudiendo decirse con verdad que los jóvenes se volvían más ignorantes y necios en las aulas, porque en ellas no veían, ni oían, las cosas que más relación tienen en la vida social.”. En pocas palabras, la ciencia era ajena al mundo escolar. Lo cual es comprensible en un país que se había configurado (y se sigue igual) bajo el peso de la Exclusión, el Desarraigo y el Olvido.
Se podría esperar que lo citado, la ser parte del origen de la República se superaría con el tiempo. Sin embargo, el Secretario de la Comisión Corográfica (1850-1859) Manuel Ancizar vuelve sobre el tema educativo, baste recordar las anotaciones que se encuentran en la Peregrinación de Alpha y, también, las razones que le llevan a renunciar a la rectoría del Universidad Nacional en la década de 70 del siglo XIX, En la página 118 del primer tomo la Peregrinación de Alpha (edición Banco Popular)
“por manera que la ignorancia cuenta con una mayoría de 98 individuos sobre cada 100; y aun hay añadir muchos de los que han concurrido a las escuelas, por cuanto salen muy mal enseñados, y en breve olvidan la indigesta instrucción que recibieron sin método y sin hacerles conocer cómo habían de aplicarla a los negocios. Generalmente, por lo que he visto en la provincia, la tal enseñanza se reduce a fatigar la memoria de los niños con preguntas y respuestas sobre religión, gramática y aritmética aprenden al píe de la letra, y a lectura y escritura, en cuyo aprendizaje gastan tres o cuatro años. He presenciado los exámenes de varias escuelas, y en todas he notado que a los niños se les pregunta por una especie de catecismo rutinero que denominan programa, fuera del cual no se puede preguntar nada, pues no aciertan a responder; prueba d ella instrucción propiamente dicha, que consiste en el ejercicio del entendimiento, no existe, reduciéndose a un estéril recargo de la memoria con palabras que para el alumno carecen de significación bien entendida”.
Es claro el estado de la educación para la época y la poca importancia que esta tendría para cambiar y transformar el país, sin embargo valdría la pena mostrar cuales son algunas de las conclusiones que saca Manuel Ancizar, y estas se encuentran en la página siguiente “tal la base de esperanzas con que contamos para realizar el sistema de elecciones por medio del sufragio universal directo, único verdadero, siempre que se apoye, no en la renta, sino en la instrucción, siquiera primaria de los sufragantes”, algunas conclusiones se pueden sacar de allí: En primer lugar, la imposibilidad de la democracia en un estado tal de la instrucción de los habitantes del país, de igual manera la imposibilidad de la formación de una verdadera ciudadanía, en este sentido la configuración de la sociedad civil se hace imposible, pues el cubrimiento educativo es mínimo, y la calidad de esta es bien baja.
Lo que se pretende en este programa, que está dedicado al papel de la Ciencia en Colombia, y específicamente a su relación en la Comisión Corográfica es aportar el debate abierto sobre la necesidad de transitar el camino que implica el hacer un balance real y concreto de os alcances y logros de la Modernidad en nuestro medio. Esto está plenamente de acuerdo con el nombre de este programa –con-ciencia y tecnología. El ágora para la educación.
Juan García del Río, “Meditaciones Colombianas”. Editorial Bedut 1972